Familias:
Esta semana trabajamos sobre la amistad y aquellos valores
que se desprenden de ella. Queremos compartir con ustedes la leyenda de “Koonek
y los pájaros” (Leyenda sobre el origen del Calafate) para reflexionar sobre la solidaridad, el
compañerismo y el amor por un amigo.
KOONEK Y LOS PÁJAROS
Una tribu
de indios, cansada de sufrir año tras año los estragos causados por los
terribles vientos invernales, decidió levantar campamento y buscar un valle más
protegido para instalar allí su toldería.
El día
que todos estuvieron preparados para partir, se dieron cuenta que nadie sabía
dónde estaba la viejita Koonek. Pequeña y frágil, siempre corría de acá para
allá, ayudan- do en donde hacía falta. Algunos decían que era bruja y que había
vivido desde que el mundo era mundo, los más viejos, recordaban vagamente
haberla conocido joven y hermosa.
La gente
de la tribu comenzó a buscarla por todas partes y al fin la encontraron
escondida detrás de una roca.
- ¿Qué
sucede Koonek? ¿No vienes con nosotros? - le preguntaron.
- Déjenme
aquí. Los quiero a todos, pero ya estoy muy vieja para cambiar de lugar. Me las
arreglaré bien. No se preocupen por mí.
- Pero te
vamos a extrañar y no podemos dejarte sola en el aike.
- Vuelvan
el próximo verano y verán que todavía camino por esta tierra.
Habló con
tanta tranquilidad que convencidos le dejaron algunos enseres, una buena piel
de guanaco y comida para unos cuantos días. Después se fueron y la anciana
quedó sola en su toldo. El silencio descendió sobre el lugar y Koonek con sus
pasos livianos fue juntando raíces y hierbas comestibles para tener más
provisiones durante el invierno.
Y un día
llegaron los pájaros. Primero fue uno solo, todavía pichón y atrevido, que se
acercó a la viejita. Ella lo observaba inmóvil, mientras el pequeño se aproximó
más y más. De pronto se asustó de su audacia y fue volando a contar esa
aventura. Cuando sus padres se enteraron le dieron un buen picotón por ser
siempre tan imprudente, pero el pajarito decía, que ahí no había peligro.
Tanto
insistió que los convenció al igual que a los otros pájaros del lugar.
Intrigados, la observaban a distancia, después fueron tomando confianza y
terminaron volviendo todas las tardes; la rodeaban y le contaban sus aventuras.
De tanto escuchar a los pájaros, Koonek comenzó a entender lo que le decían,
así que eso fue un parlotear y canturrear que llenaba el aire de sonidos.
El
preferido de la viejita era aquel pichón que la había visitado primero. Shehuen
(así lo llamaba) era muy travieso y sus padres siempre se preocupaban cuando
tardaba en regresar al nido. Muchas veces había vuelto piando asustado para
refugiarse sobre el hombro de Kooneck, que le hablaba, tranquilizándolo,
mientras él le picoteaba suavemente la oreja.
Tan
entretenida estaba la viejita con sus visitantes que no se dio cuenta que los
días eran cada vez más cortos y el viento más frío. Los pájaros empezaron a
hacer sus preparativos... y una mañana también ellos partieron.
Ese
atardecer Koonek se sintió sola por primera vez. Miraba a lo lejos como
tratando de acompañar con la imaginación a sus amigos en el largo viaje que
debían recorrer. De pronto vio un punto en el cielo, una manchita, que se fue
agrandando cada vez más y, como caído de las nubes, allí estaba Shehuen frente
a ella, piando con gran desesperación:
- ¡Me
perdí, me perdí! Pasábamos por un arroyo, bajé a tomar agua y cuando me di
vuelta, ya no quedaba nadie. Mis padres iban adelante. ¡Cómo se van a asustar
cuando no me vean!
Koonek
también estaba asustada. Sabía muy bien, que una vez comenzado el invierno, no
había manera de alimentar a un pájaro. La nieve cubría la tierra, los bichitos
se ocultaban y al no tener comida era aún más difícil resistir el frío. Ella
misma no sabía si podría sobrevivir, pero quería salvar por todos los medios a
Shehuen. Toda la noche estuvo pensando, con el pajarito acurrucado a su lado y
de pronto se sintió tan feliz de tenerlo allí, que tuvo la certeza que lo
salvaría.
Cuando
despertó por la mañana y se asomó fuera del kan, vio que habían caído los
primeros copos de nieve... y de pronto miró a los arbustos. Estaban allí desde
siempre con su follaje tupido, sus espinas. ¿Por qué no tendrán alimento para
los pájaros?, pensó llena de tristeza, mientras de sus ojos comenzaron a caer
gruesas lágrimas que cayeron sobre uno de esos espinillos. Maravillada vio como
cada lágrima se convertía en una pequeña fruta morada. Miró a su alrededor y
como si una varita mágica tocara los arbustos, en cada uno se iba repitiendo el
mismo milagro.
-¡Shehuen,
Shehuen! - llamó la viejita Koonek alborozada -. ¡Ya tengo alimento para ti y
para tus amigos cuando vuelvan!
El
pajarito salió volando fuera del kau, se posó sobre un arbusto y comenzó a
picotear los frutos con alegría.
Repentinamente
el aire se llenó de sonidos y ahí estaban los padres de Shehuen, acompañados
por algunos pájaros más. Cuando vieron a su hijito sano y salvo, lo cubrieron
con sus alas y se quedaron un momento en silencio. Después volaron alrededor de
la viejita Koonek, mientras todos querían contar sus cosas al mismo tiempo,
Shehuen de cómo se había perdido, sus padres del susto que se llevaron al no
verlo y la viejita, de que ahora podrían quedarse, ya que los arbustos del
lugar estaban cubiertos de frutos.
Por
supuesto que el pajarito no se salvó de un buen reto, pero poco después
olvidados de los malos ratos pasados, todos se dieron un gran festín y
decidieron quedarse a acompañar a la viejita.
Cuando
comenzaron a derretirse las últimas nieves, volvieron los hombres de la tribu
para visitar a Koonek. Sucedió lo que ella les había dicho: todavía estaba
caminando sobre la tierra y parecía rejuvenecida, rodeada de pájaros que le
hacían compañía. Saludó alegremente a sus amigos y les mostró los arbustos.
En
recuerdo de Koonek ese arbusto se llamó calafate y dicen que aquel que come
calafate se queda en el sur o vuelve inevitablemente.
¡¡Felices vacaciones de invierno!!
Disfruten de unos hermosos días en familia… ¡Nos vemos a la vuelta!
Señorita Gabi
Felices Vacaiones Seño!!!
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